martes, 15 de abril de 2008

A la luz de una sonrisa

Despierto con pocas ganas, como expulsado del cielo,
y crujiéndome los dedos he empezado a escribir.
Despunto el lapicero a la vez que el desconsuelo,
pero reconozco la fecha: hoy es veintidós de Abril.
Nunca sobran las canciones y siempre tengo algo que decir,
pero ella merece más una letra que las calles de Madrid.

Porque hace ya dos años me quiere a quemarropa,
con la inocencia de un niño con su primera copa.
Pierdo la estridencia, vivo sin motivos,
aprendo a tener paciencia… y escribo.

Miro al fondo del café y me acuerdo de fumar,
y entre el humo del cigarro palidece mi ansiedad.
Mientras duermes yo te escribo, a ratos me giro hacia atrás
a observarte con los ojos que un preso ve su libertad .

Porque hoy no hay guerras civiles si echamos el pestillo;
y aunque sigue siendo cutre, el mundo ya no es un ladrillo.
Setecientos trentaitantos días de tu sonrisa
haciendo que la vida no sea papel de lija.

Por fuera hay que ser duro como el asfalto,
la piel igual de fría que si fuéramos lagartos,
la vida siempre va a destiempo como el riff de esta canción.
Por eso miénteme y dime que nos veremos,
tan solo unas horas y ya te echo de menos.
Me columpio con la esperanza de que mañana sea mejor...

Porque si el diablo pasa jocoso y ladino,
con la cítara vieja en la que compone el destino,
No me queda otra defensa...

Por favor, por favor...
Por favor, cuéntale que la miro como no miro a ninguna
y que no voy a darle un respiro mientras nos mire la luna;
y que más de cien soles no curten mi pecho,
que es de su mirada de lo que estoy hecho;
sonrisa fugazmente y de malos momentos,
y con ella soy el príncipe de su cuento.

Por fuera hay que ser duro como el asfalto,
la piel igual de fría que si fuéramos lagartos,
la vida siempre va a destiempo como el riff de esta canción.
Por eso miénteme y dime que nos veremos,
tan solo unas horas y ya te echo de menos.
Me columpio con la esperanza de que mañana sea mejor...

Porque si el diablo pasa jocoso y ladino,
con la cítara vieja en la que compone el destino,
no me queda otra defensa que la del tú y el yo


Gritando En Silencio - A la luz de una sonrisa

martes, 8 de abril de 2008

Adiós...

Últimas palabras, momento de empezar a morderse la lengua...
Qué duro es hacer las cosas "fáciles", guardándote lo que sientes mientras pretendes olvidar, comiéndote las palabras que harían aún más difícil el olvido, aceptando incluso el papel de malo a fin de facilitar (al menos a la otra persona) las cosas todo lo posible...
Que no abras la boca no significa que no recuerdes, que no escribas no significa que olvides... Simplemente es momento de joderse y guardar para uno mismo las cosas que realmente piensas pero harían más difícil la separación...
Es hora de decir adiós...


http://www.musica.com/letras.asp?letra=1105987

Trouble


http://www.traducidas.com.ar/letras/coldplay/trouble

lunes, 7 de abril de 2008

1000 kilómetros


http://www.letrasmania.com/letras/letras_de_canciones_pastora_4897_letras_circuitos_de_lujo_77231_letras_100_kil%C3%B3metros_766441.html

Magia

¿Para la Real Academia de la Lengua?

MAGIA (Del lat. magīa, y este del gr. μαγεία).

1. f. Arte o ciencia oculta con que se pretende producir, valiéndose de ciertos actos o palabras, o con la intervención de seres imaginables, resultados contrarios a las leyes naturales.

2. f. Encanto, hechizo o atractivo de alguien o algo.


¿Y para mí? Muy fácil...
La magia es el puente que une los sueños con la realidad


Magia que todo acaba
y ahora te empiezo a echar de menos

domingo, 6 de abril de 2008

La rosa azul

Hace muchos, muchos años, en la época en la que los hombres aún creían en la magia, existía una tierra en la que duendes, hadas y otros muchos seres fantásticos convivían en perfecta armonía con los hombres. Era un reino plagado de frondosos bosques, fértiles tierras, grandes lagos y majestuosos castillos, en la que todo el mundo era libre y no habitaba la maldad, a pesar de que no existían más leyes que las de la propia conciencia.
En uno de aquellos gigantescos castillos de piedra, entre paladines y escuderos, entre clérigos y magos, entre nobles y campesinos, vivía un joven paje a los servicios del señorío.
Su madre murió durante el parto y su padre sufrió una neumonía que lo llevó a la tumba antes de que nuestro protagonista cumpliera un año de edad, por lo que fue criado bajo el amparo de los duques del castillo, que lo cuidaron como si de su propio hijo se tratara.

Un verano, cuando él contaba 17 años, la duquesa enfermó de repente y aunque muchos médicos y curanderos la visitaron, ninguno supo encontrar la raíz de su mal...
Así pasó todo el verano y al comienzo del otoño, cuando ya todo el mundo había perdido la esperanza, una tarde llegó un misterioso anciano que era delgado, muy alto para su edad, y tenía una gran barba blanca que ocultaba su fino cuello.
Avanzó resuelto hacia el castillo y, presentándose como un gran mago, pidió ver a la duquesa. Inmediatamente fue conducido a los aposentos de la señora, donde se hallaban sus hijos y esposo velándola.
Pidió que lo dejaran solo con ella y, a regañadientes, el duque y sus hijos aceptaron.
Bien entrada la noche y después de varias horas, la puerta de la habitación finalmente se abrió para dejar pasar a los más allegados, estando nuestro joven paje entre ellos, ya que con la llegada de la noche se veía liberado de sus obligaciones diarias.
La duquesa parecía haber envejecido diez años desde esa misma tarde y, al verla, todos fueron conscientes de que su muerte estaba cercana.
El viejo mago dijo que sólo necesitó unos pocos minutos para darse cuenta de que la señora padecía una extraña enfermedad que consumiría poco a poco su fuego interior hasta el día en el que fuera tan débil que no consiguiera mantener el calor de su corazón y muriera. También explicó que existía una manera de curarse, pero tendría que comer los pétalos de una extraña rosa azul que crecía muy lejos del reino, en una tierra gris repleta de innumerables peligros.
Todo el mundo comenzó a susurrar, ilusionados ante la posibilidad de salvarla, cuando la duquesa interrumpió los murmullos:
-¡Escuchadme todos! Bien sé que estaríais dispuestos a arriesgar vuestras vidas en ese duro viaje por salvar la mía, pero quiero pediros algo. He vivido una vida plena y, ni un solo segundo durante todos estos años me ha faltado vuestro cariño, el de las personas a las que quiero... Hoy, finalmente, he asumido mi propia muerte y no deseo que ninguno marche en busca de esa flor arriesgándose por mí, sino que os pediré que permanezcáis junto a mí en mis últimas horas, para que ese cariño no me falte en los momentos más duros y así poder morir en paz...
Las palabras de la duquesa cayeron como un jarro de agua helada sobre los corazones de los allí presentes, que no podían reprimir su desilusión ante esa dura petición. Sin embargo ella, que siempre había sido sabia y justa, sabía que nadie desobedecería sus palabras porque, aunque les costara entenderlo, todo el mundo sabía que tenía razón. Todos, salvo nuestro valiente paje, que se escapó entre las sombras cuando todo el mundo dormía para salir al encuentro del mago errante...
Lo encontró en el camino, no demasiado lejos del castillo, marchando a paso lento pero decidido:
-Ah, mi joven amigo, sabía que vendrías... No puedes sentarte e intentar acostumbrarte a la idea de ver morir a la que ha sido tu madre durante casi toda tu vida, ¿verdad? No puedes esperar de brazos cruzados a que llegue el día en el que te abandone...
El paje, sorprendido ante la perspicacia del anciano, asintió en cada una de sus afirmaciones, diciéndole que haría lo que fuera por intentar salvarla.
El mago, conmovido ante la valentía del joven, le explicó dónde podría encontrar la rosa azul que la curaría, al tiempo que le informaba de los innumerables peligros que tendría que superar para conseguirla. Una vez hubo acabado la explicación, el anciano le deseó la mejor de las suertes y nuestro protagonista espoleó su caballo en la dirección que le había sido marcada...

En su viaje el paje tuvo que navegar durante semanas, cruzar precipicios, pedir ayuda a elfos, luchar contra ogros, escalar murallas tan altas como montañas y atravesar valles tan profundos como precipicios... Pasó tantas dificultades que serían necesarias horas para narrarlas, por lo que las dejaremos para otra ocasión.
Después de todos los obstáculos que tuvo que superar, en la primavera finalmente encontró la rosa y emprendió de nuevo el camino de regreso hacia su reino...

Cruzó galopando las puertas del castillo y se dirigió directamente al edificio principal, atravesando a toda velocidad las estrechas calles que lo rodeaban.
Al llegar, subió corriendo las escaleras que llevaban a los aposentos de la duquesa, mientras sacaba de la bolsa la pequeña tela que, cuidadosamente guardada, contenía la rosa azul.
Cuando abrió la puerta de la habitación y estaba a punto de gritar de alegría, su corazón de paró en seco. La cama yacía vacía y, junto a ella, encontró la figura del duque que dijo:
-Hijo mío, ella ya no está entre nosotros.
Su alma se rompió como una copa de cristal al caer al suelo y, poco a poco, sus sollozos dejaron paso a lágrimas de rabia e impotencia.
-¿Sabes? Ella tenía razón: no eran las medicinas lo que la mantenía viva, sino el cariño de las personas que la rodeábamos... Al saber que te habías marchado en busca de la rosa, su corazón recuperó algo de brillo pero pronto empezó a marchitarse hasta que una mañana, tres semanas después de tu partida, sus ojos no volvieron a abrirse. Tal vez llegara su hora o tal vez no pudo vivir sin tu cariño, el caso es que su fuego fue barrido por el viento de la ausencia...

jueves, 3 de abril de 2008