miércoles, 11 de junio de 2008

Historia de una gota

Era una noche cálida y húmeda, como cualquier noche de junio. Una noche como otra, con una pequeña luna menguante que apenas iluminaba un cielo salpicado de minúsculas estrellas.
Yo me había tumbado en el tejado, como tantas otras veces, simplemente para ver pasar el tiempo. Me gusta mirar el cielo de noche: contar estrellas, jugar a buscar las imágenes que forman, sentir el calor de la luna sobre mi cara. Adoro los tonos azulados que adquieren las sombras cuando las observas con la fascinación del que no pertenece a este mundo.
Cerré los ojos y me limité a mecerme con el lejano murmullo de los ruidos de la ciudad hasta que al cabo de unos minutos, cuando conseguí fundirme con la noche, llegó el silencio.
Nada. Sólo el suave vaivén de los pensamientos, delicados y sinuosos como las tenues olas de un mar en calma.
Y entonces, de la nada, llegó ella.
Cuando me hallaba tan cerca del cielo como de la tierra, cayó sobre mi frente una diminuta gota de agua.
Abrí los ojos y me incorporé, sobresaltado por ese imprevisto regalo del cielo. Levanté la cabeza, buscando una nube que explicara tan repentina aparición, pero la bóveda celeste seguía tan desnuda como cuando la observaba maravillado, tan sólo unos minutos antes.
Mientras exploraba ese techo cubierto de estrellas en busca de su origen, la gota fue resbalando por mi frente, pasó acariciando una de mis cejas y continuó bajando por mi nariz hasta que, estremecido por su recorrido, no pude soportar las cosquillas y la recogí con el dedo.
Intrigado, la observé a la luz de la luna. Me pareció increíble como, a pesar de su tamaño, toda la magnificencia de esa noche se reflejaba en ella, cubriéndola con los microscópicos reflejos en los que se convertían las estrellas. Era como un diminuto pozo que contenía lo mejor de cada brillo, sin perder ni un ápice de su intensidad natural.
Entonces, me sonrió. No sabría decir cómo, pero ciertamente percibí una sonrisa en aquella ínfima gota de agua que yacía apaciblemente sobre mi dedo.
La miraba encandilado, como quien ve sonreír a un recién nacido, pero me di cuenta de que aquella gota no había nacido hoy para mí, sino que era tan antigua como las estrellas que nos observaban desde lo alto.
Sin palabras, me contó cómo había formado parte de un diminuto copo de nieve sobre el lomo de un oso polar, cómo había flotado durante siglos en la inmensidad del océano, cómo se había precipitado en forma de lluvia sobre el desierto, cómo había penetrado hasta las mismas entrañas de la tierra para luego volver a ver el cielo en el yacimiento de un manantial... Había resbalado por la cintura de hermosas faraonas y había sido gota de sudor en la frente de esclavos. Había sido destrucción en inundaciones y había sido paz en baños relajantes. Había besado los labios de los hombres y mujeres más bellos de todas las culturas que han poblado la tierra y había entrado en el corazón de otros tantos siendo la sangre de sus venas...
Comprendí que aquella diminuta gota contenía más sabiduría que cualquier biblioteca que hubiera podido conocer, que ningún maestro podría enseñarme tanto. Quería tenerla para siempre conmigo para ver el mundo a través de ella.
Seguí mirándola, tan fascinado descubriendo nuevas vidas, nuevos viajes realizados porque aquella pequeña porción de la eternidad, que ni siquiera me di cuenta de que había comenzado a llover...
De repente, sin más, otra gota golpeó mi dedo, apartándola de mi lado.
La busqué desesperado, rastreando entre la lluvia, pero fue imposible. Estaba rodeado por miles de gotas inertes, vacías, carentes de significado, pero no lograba encontrar mi gota.
La busqué al día siguiente, y al otro, y al otro, pero tampoco la encontré.
La seguí buscando durante todos los días desde entonces y no supe más de ella, pero estaba seguro de que la encontraría.
Hasta hoy.
Hoy la pude ver de nuevo como aquella primera noche, resbalando juguetona por tu nariz. La vi acariciar tu mejilla muy suavemente, acariciándote con la mayor ternura hasta que, buscando el destino más dulce, murió en tus labios.
Hoy vi esa gota convertida en lágrima. No de dolor ni de rabia, de pena o de tristeza, pero una lágrima al fin y al cabo...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sabes que me ha encantado ;)
Muaaa