domingo, 14 de agosto de 2011

Guardianes de la noche (II)

Svetlana se calló un instante. Después miró la tiza que ardía en su mano.
-¿Qué debo hacer, Antón?
-Ya has abierto el Libro del Destino.
-¿Quién tiene razón? ¿Hesser o tú?
-preguntó.
Sacudí la cabeza.
-Eso has de decidirlo por ti misma.
-¿Y esto es todo lo que has hecho?
-dijo Svetlana, furiosa-. ¿Para qué recogiste tanta luz ajena? ¿Por qué has derrochado la intervención de segundo nivel que te concedieron?
-Hay algo que debes comprender.
-No sabía cuánta fe había en mi voz. Me faltaba fe, incluso en un momento como aquel-. A veces, lo principal no es la acción. En ocasiones, no hacer nada es aún más importante. Hay algo que debes decidir por ti misma. Sin consejos. Ni los míos ni los de Hesser ni los de Zavulón ni los de la Luz ni los de las Tinieblas. Has de decidir por ti misma -insistí.
Negó con la cabeza.
-¡No!
-Sí, has de hacerlo. Nadie podrá librarte de esa responsabilidad. Da igual lo que hagas, porque terminarás lamentando lo que dejes de hacer.
-¡Antón, yo te amo!
-Lo sé. Y yo también te amo a ti. Por eso no te diré nada.
-¿Y a eso llamas amor?
-Solo así puede ser el amor verdadero.
-¡Necesito un consejo!
-imploró-. ¡Antón, necesito tu consejo!
-Cada uno crea su propio destino
-dije. Era incluso un poco más de lo que podía expresar-. Tú decides.
Cuando se volvió hacia el Libro del Destino, la pequeña tiza resplandeció en su mano como una pequeña aguja de fuego. Hizo un movimiento con el brazo y oí que las páginas crujían bajo la cegadora goma de borrar.
La Luz y las Tinieblas no eran más que manchas en las páginas del destino. Svetlana hizo otro movimiento con el brazo. Un borrón.
¡Con qué rapidez corrían los ardientes renglones!
[...]
-¡No has escrito nada! -gritó de pronto Hesser-. ¡Lo único que has hecho es borrar!

Serguéi Lukyanenko: "Guardianes de la noche"

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